miércoles, 4 de mayo de 2016

Pat Garrett y Billy the kid


Propone: Juli
Comenta: Víctor

Este "western crepuscular" del director por excelencia del genéro, Sam Peckinpah, tiene lugar en un mundo en estado terminal: el mundo de lo que un día fue lejano oeste americano al que llega el ferrocarril y el progreso y el dinero sustituye al revólver. Peckinpah exhibe aquí su talento, su supuesta misoginia y su cámara lenta: es decir, sus virtudes, pero también sus vicios y sus excesos, que finalmente quizá sean los que le hacen creativo.

Están presentes los grandes temas del realizador: centralmente, la amistad traicionada. Aquí se trata de la que antaño unía a Pat Garrett con Billy the Kid, pero que en el horizonte del nuevo mundo ya no es posible; pues Garrett, como declara explícitamente, quiere llegar a viejo, y para ello, se ha convertido en "sheriff". Billy the Kid, en cambio, declara que "Los tiempos pueden estar cambiando, Pat, pero yo no". Peckinpah siempre parece vindicar cierta libertad personal para elegir el modo de vivir (y el modo de morir): pensemos en su "western" anterior, "La balada de Cable Hogue". No importa que Billy the Kid no tuviera en realidad el aspecto de un cantante de country (Kris Kristofferson lo tiene, además de serlo) y fuera sólo un pistolero mafioso "con pinta de subnormal profundo" que no tenía reparos en venderse a ganaderos terratenientes (el guión hace un guiño a uno de ellos, "Chisum", película que John Wayne había rodado sólo tres años atrás).


Tenemos, pues, el argumento: la caza a Billy el niño por parte de Garrett. Habrá otras víctimas en el camino. El tópico de la masculinidad alcohólica --y misógina-- rige a la mayoría de personajes, que pasan sin pena ni gloria y mueren a cámara lenta aunque rápidamente, sin dolor, llamando a las puertas del cielo en la secuencia de Barry Sullivan, Katty Jurado y Jason Robards. Se agradece la presencia de Katty Jurado: hay pocas chicas, ninguna con un papel importante. Casi todas las reseñas mencionan la mala interpretación de Bob Dylan y destacan en cambio la banda sonora de la que es responsable. Acabo de comprobarlo: la canción "Knocking on heaven's door", tan versioneada posteriormente, fue compuesta para la ocasión.

La estupenda fotografía (resposabilidad de uno de los camarógrafos habituales de Peckinpah, John Coquillon) insiste en bellos paisajes de crepúsculos sangrantes y maneja muy bien los claroscuros. Cierto hieratismo y lentitud en determinados momentos pueden recordar a Sergio Leone.

Quizá la película mantenga demasiados estereotipos, incluído el tono lírico y elegíaco (la desolación, los paisajes teñidos de sangre, la muerte en el alma), que llegan a saturarla un poco. Requiere de la complicidad del espectador, que ha de sostenerlos incondicionalmente, que ha de creer en ellos porque de tanto estar no están. A pesar de todo, esa reiteración constituye precisamente el encantamiento para los incondicionales de Peckinpah. Otros (los menos, hay que decirlo) hablan de su excesivo metraje.

En definitiva, no estamos ante una película "realista". Estamos ante un ejemplo de lo que podríamos llamar "arte a priori": en lugar de dejar que surja de las cosas, les impone cierta mirada. Como siempre, ceder o no a su encantamiento es cosa de cada cual. Hacerlo puede merecer la pena, pues lo dicho no quiere implicar que se trata de una mala película: tiene sus buenos momentos.

Fue el último "western" de su realizador, y más modestamente yo con esta reseña tengo que dar por terminada al menos de momento --nunca digas nunca más-- mi participación en el Cine Club Golfa debido a motivos de trabajo. Si es un cambio definitivo o no, la vida dirá; en el peor de los casos, siempre puedo volver a los orígenes: ver las películas por mi cuenta y escribir en el "blog"...
Hasta pronto.





viernes, 26 de junio de 2015

CABALLOS, HOMBRES Y VICEVERSA

Propone: Manu
Comenta: Juli

Cuando te dicen que vas a ver una película islandesa, de 2.013, de un director novel y que obtuvo el premio al mejor director debutante en el Festival de Cine de San Sebastián, el acto reflejo que acude a tu cuerpo es santiguarte, por muy ateo que seas.

Manu vive el cine con pasión, y le gusta descubrir pequeños tesoros en forma de películas. Arriesga cada vez que viene al CineGolfa con historias sorprendentes y/o inverosímiles, y no siempre obtiene el reconocimiento de los demás Golfantes, aunque esta vez, con una de esas “raruneces” titulada De caballos y de hombres, nos hizo a todos pasar un buen rato.

Contrariamente a lo que puede hacer pensar el título, no es una historia de zoofilia gay, sino un relato sobre la supervivencia de un grupo de personas en el entorno hostil y aislado en que viven. Y es que no es cierto aquello que dijo Fray Luis de León sobre la descansada vida de los que viven lejos del mundanal ruido. Se nota que este fraile no se dio una vuelta por las zonas rurales de Islandia.

En esta remota isla hay una raza autóctona de caballos, pequeños y robustos, que se adaptan al clima extremo del país, con frío de día y mucho frío de noche. En el pequeño pueblo donde transcurre la acción la vida gira en torno a ellos, y es un acontecimiento digno de admirar el paseo matutino del soltero del pueblo, ataviado con sus mejores galas, a lomos de su hermosa yegua para visitar a una viuda que lo pretende. Y es que la vida solitaria es muy dura en aquellas latitudes, y siempre viene bien arrimarse al calorcito de otro cuerpo. Tras varios incidentes o accidentes, narrados con gran comicidad, el número de viudas se multiplica, y es curioso ver cómo todas, incluso con el cadáver del marido de cuerpo presente, le empiezan a poner ojitos al galán. ¿Y quién consigue hacerle vencer su timidez? Invito al lector a que vea la película, si no la ha visto ya, y lo averigüe.

Mención especial merece la escena del desvirgamiento de la yegua. Como diría Chiquito de la Calzada: “Caballo negro, caballo blanco” y hasta ahí puedo leer…

miércoles, 15 de abril de 2015

El conejito Duracell

Propone: José Antonio
Comenta: Rubén



 Lo admito, el chiste para el título del comentario es muy trillado pero recoge comentarios que se realizaron durante la proyección de la película surcoreana Soy un cyborg. Interesante film calificado como comedia romántica (aunque casi mejor indicar que es un drama romántico por el entorno en el que se desarrolla) que ganó dos premios, uno en el Festival de cine fantástico de Sitges en el año 2007 al mejor guión; y otro, en el mismo año, pero en el Festival de Berlín en la sección oficial de largometraje, premio Alfred Bauer, que se entrega a la película que abra nuevas perspectivas en el arte cinematográfico. La película la dirige Park Chan-wook que según algunas páginas de cine, que he consultado, es uno de los valores fijos y en pujanza del cine de Corea del Sur.


La acción transcurre en un centro psiquiátrico, y surge así la segunda comparación del comentario. Se puede pensar que remonta al famosísimo film “Alguien voló sobre el nido del cuco” (que ya se vio en el cineclub, ciclo 10), pero realmente no es así. Salvo el escenario compartido, no hay ninguna otra semejanza entre ambas películas.

En la cinta que nos ocupa, una pobre chica de nombre Young-goon se cree un cyborg y por este motivo está internada en un centro psiquiátrico tras electrocutarse al intentar recargarse de energía. Ella ve en las uñas de sus pies el nivel de carga que todavía le queda. Como se cree una chica robótica no come nada, solo se alimenta de pilas que va guardando por ahí. Evidentemente, la falta de ingesta hace mella en su salud. El problema le viene de familia, pues ya su abuela se creía un ratón y cuando los enfermeros se llevan a la anciana, la cibernieta decide vengarse. Quiere tener energía para atacar a los hombres de blanco.


Pero un buen día, y tras una careta de gatito (creo recordar), un joven llamado Il-soon irrumpe en su vida y en su corazón. Este chico cree tener el poder de robar las habilidades de la gente de su entorno. Y poco a poco va granjeándose la amistad de Young-soon.

La película nos muestra la vida cotidiana de un psiquiátrico y sus internos, y, sin ser un sitio grato, el contemplar las diferentes rarezas de los secundarios que cohabitan en ese entorno le da a la película un ligero toque de hilaridad, en el buen sentido. No es que nos riamos de las personas con trastornos, no. Nada más alejado de la realidad. Simplemente el director buscó algunas situaciones provocadas por los residentes que sorprenden y nos hacen esbozar alguna sonrisa. Sirve, posiblemente, para suavizar un poco la tensión que se respira en un hospital de esas características y no hacer la película demasiado grave. Al fin y al cabo es una comedia romántica.


Por todo, la película tiene un deje dulce a pesar de la crudeza del lugar y tiene un final optimista. En la era digital y de una tecnología elevada, en una sociedad tan tecnológica que hasta algunos de sus miembros se creen máquinas, al final siempre es el amor el que resuelve los conflictos. Diosa Venus, sigues estando presente y sigues siendo necesaria para nosotros, las criaturas mortales.