viernes, 13 de marzo de 2015

Los dioses deben estar locos

Propone: Amalia
Comenta: Rubén

Nuestro cineclub es verdaderamente heterogéneo, tanto como sus miembros y por este motivo poco a poco vamos completando las diversas nacionalidades que en el orbe hay con películas dispares e interesantes. De tal manera ocurre así que en sus nueve años y algo ya de andadura no sé si habíamos visto una película China (yo llevo pocos años como socio) pero se subsanó gracias a una propuesta de Amalia, concretamente Ping Pong Mongol.

Ping Pong Mongol (Lü cao di en versión original) es una película de factura reciente, pues data del año 2007, dirigida por Ning Hao (de quien creo que no hemos visto ninguna otra obra) y protagonizada por Hurichabilike, Dawa, Geliban, Badema e Yidexinnaribu. Los actores, sin ser muy conocidos, realizan unos papeles extraordinarios. Poco a poco, los pequeños de cara sucia van abriéndose un hueco en el corazón de los espectadores gracias a su interpretación.

El argumento de la película recuerda a aquella otra sudafricana del año 1980 y dirigida por Jamie Uys. Si en ésta el leitmotiv era botella de un refresco de cola, en la que ahora estamos comentando es algo más sencillo que no refleja el capitalismo, se trata sencillamente de una pelota de ping pong que, flotando en un arroyo, llega a manos de unos pequeños mongoles que nunca antes habían visto algo semejante. Desconcertados ante tan maravilloso objeto, acuden a la abuela de su pueblo para que les diga qué es. Ella les cuenta que es una perla de los dioses caída del cielo. Los chavales deciden ir a un monasterio para depositarla allí. Pero en el convento tampoco les sacan de dudas, pues los monjes no saben qué es ese objeto. Entonces asisten asombrados a un maravilloso invento moderno: el televisor desde donde ven un partido de ping pong y deciden, por tanto, ir a China, donde este deporte es casi el deporte nacional (recuérdese, por ejemplo, Forrest Gump) para devolver la falsa perla divina trocada en un instante en simple pelota.


Realmente, el final me parece un poco al graeco modo. Quiero decir que el film se resuelve Deus ex machina. En este caso el Deus es un simple televisor gracias al cual los zagales toman contacto con la realidad. Alejados de la sencillez de su pueblo, se acercan a la “civilización” y es como si su pequeño mundo se rompiera. La naturalidad de su vida en la aldea es opuesta a la vida en la ciudad. Los mitos de la abuela, las historias de los mayores contrastan con la tecnología. Los cuentos no se escuchan, se ven en la tele. Es un nuevo paso del mito al logos. El pasado mítico frente a la ciencia. Oriente y sus tradiciones contra Occidente y su tecnología.


La cinta destaca por la vivacidad de sus paisajes. Las vistas de la estepa mongola son espectaculares. Los contrastes cromáticos inundan la pantalla con una sencillez de fotografía, sin duda fingida, que llenan los ojos del espectador de unos verdes de la hierba y unos azules del cielo libre de polución que enamoran. Sin duda, el paisaje, la fotografía es lo mejor de la cinta. Una naturaleza en campo abierto. La libertad del individuo, los amigos, la vida sencilla, beatus ille qui procul negotiis...


4 comentarios:

Víctor dijo...

Creo que no exageras mucho al apelar a "Deus ex machina" terminador de mitos. No es casual y es el punto de inflexión en la película. El final propiamente dicho sería sólo un corolario --además de un acierto cinematográfico al mostrar solo al protagonista en la puerta de la sala con el ruido de fondo de decenas de pelotas de ping-pong que no vemos.

La fotografía desde luego es una parte primordial, en la que la película se recrea --como se suele decir--, pero es que parte del propósito, de la intención es mostrarla, intención que yo al menos agradecí. También recuerdo la banda sonora, música tradicional (supongo) que se conjugaba muy bien con lo mostrado.

Lo bueno de la heterogeneidad es que a veces trae cosas así. A destacar especialmente el trabajo de Yidexinnaribu (¿¡cómo!? ¿No os acordáis de él? No puedo creerlo...)

Rubén dijo...

De hecho, y al hilo de la fotografía, el director de fotografia ganó el premio en el Festival de Valladolid.

J. Antonio dijo...

Y yo que estaba convencido que era de Mongolia. El título me ha debido liar. Muy curiosa porque te enseña otro tipo de historias y de sensibilidades.

Rubén dijo...

He conocido recientemente el poema sinfónico de Borodin: En las estepas del Asia Central, que viene muy bien para los paisajes de esta película: https://youtu.be/Dq4bOmxKVQQ