Comenta: Rubén
Cuando Mary Shelly, la escritora inglesa del siglo XIX, escribió su novela Frankenstein o el Moderno Prometeo abrió una nueva caja de Pandora en la literatura y en las artes. El elogio de la técnica que se presenta en la novela, y que tanto hizo pensar al filósofo madrileño Ortega y Gasset, contrasta con la crítica contra el mal uso que de ella se puede llegar a hacer. Crear un ser humano surgido de partes de otros y dotarlo de vida gracias a la ciencia puede sonar muy emocionante, pero ¿sería ético realizarlo?
Todo este breve ensayo sobre bioética
literaria viene a colación de la película almodavariana La piel que
habito, filme del año 2011 del realizador manchego y que otro Pedro,
nuestro Pedro, nos trajo al cineclub. El director contó para el reparto con
varios de sus actores fetiches, tales como Marisa Paredes, a quien ya dirigió
en Todo sobre mi madre, Tacones lejanos y La flor de mi
secreto, y Antonio Banderas con quien ya grabó su vieja Átame y su
famosa Mujeres al borde de un ataque de nervios. Por cierto, que la
película es una adaptación de una novela francesa, escrita por Thierry Jonquet,
titulada Tarántula.
En la página web de la película se puede leer el argumento, consultar imágenes
y datos sobre la película y varias cosas más, por lo que no me voy a extender
aquí y voy a dedicar el comentario, tal y como he hecho al principio, a divagar
desde un punto de vista ético. Pues en la película se plantean varios dilemas,
o yo al menos así lo he analizado.
El protagonista, Antonio Banderas, encarna el
personaje del doctor Robert Ledgar, un cirujano plástico atormentado. La
medicina, precisamente, ha avanzado a grandes pasos en los últimos años, surgen
nuevas disciplinas en el campo médico como la cirugía plástica pero todavía no
es posible dotar de vida a un cuerpo inerte, al modo de Shelly. Pero, ¿se puede
cambiar la vida de un sujeto mediante un cambio total de aspecto? Si Kubrick
nos enseñó en La naranja mecánica que el ser humano no cambia su
personalidad por muchas terapias a las que sometas su mente, Almodóvar o
Jonquet nos plantean la posibilidad de cambiar al ser humano modificando su
aspecto físico. Cuerpo y alma o cuerpo y mente. ¿Quién prima sobre quién? ¿El
aspecto físico condiciona nuestra conducta o la personalidad radica únicamente
en la mente? ¿Seremos capaces algún día de realizar una transformación de
personalidad modificando cuerpo o conductas? Ahí lo dejo para el posterior
debate que seguramente no surgirá.
Otro dilema del filme, tal y como yo lo veo, es
emplear el poder de la medicina como justicia “social” o poética. Como castigo
que se narra en la película, ríete tú del que inventaban los griegos (Tántalo,
Sísifo, Ixión y otros muchos). Claro, que el tomarse la justicia por su mano,
se le va de las manos al doctor Ledgar. No es el único caso del que se puede
hablar de un empleo trastocado y opuesto al juramento hipocrático que cualquier
galeno debe realizar, observar y cumplir, baste con recordar los horrores del doctor
Muerte, Josef Mengele, en el campo nazi de Auschwitz durante la barbarie de la
Segunda Guerra Mundial. Sin querer comparar, obviamente, la horripilante
realidad del pasado con un bello relato de ficción, que no he leído pero que
inspiró una película.
2 comentarios:
Venga, cojo el testigo del debate planteado con pesimismo vital.
La personalidad es como la vida: cambiante. Ya sea por factores estéticos, de entorno o económicos, pero siempre está en constante evolución.
El mito de Frankesntein desde el punto de vista transexual. Almodóvar sigue sorprendiendo y siendo un transgresor con los años.
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