Comenta: Pepe
Al proponerme a mi mismo comentar
La invención de Hugo en este nuestro querido blog, me vino inmediatamente a la
cabeza el post que escribí sobre Encuentros en la tercera fase, allá por
diciembre de 2011. Al volver a él ahora, además de constatar que hubo un tiempo
en el que los comentarios de un post podían rozar la veintena, me he dado
cuenta de que lo que pretendía decir de la película de Martin Scorsese que hoy
nos ocupa estaba más o menos condensado en el primer párrafo de aquél. No
porque Spielberg y Scorsese pertenezcan a una misma generación, que también. La
generación de cineastas que eclosionó en los setenta, y que comparte discursos y rasgos estilístico, a pesar de generar
obras tan variopintas. No, nos vino aquel comentario a la cabeza principalmente
porque entonces empleábamos el nombre de George Meliés para caracterizar (y
reivindicar) el cine pionero que se hizo grande en las casetas de feria; más
entroncado con los espectáculos de variedades que con la alta cultura; un cine
cuya misión única era maravillar al espectador, sorprenderle, impactarle y
dejarlo boquiabierto con sus trucos. Un cine al que regresó Spielberg, y al que
también regresaremos hoy, por partida doble.
El cine de los ilusionistas,
decíamos entonces, y precisamente extraíamos esa nomenclatura del documental que
el propio Scorsese dedicó en 2005 a la historia de la cinematografía
norteamericana. Y ahora comentamos una película de Scorsese en la que George
Meliés es el personaje clave de la historia. Una película sobre el primer
ilusionista (Meliés fue mago antes que cineasta) que vio el potencial del
invento de los hermanos Lumiére y se lanzó a exprimirlo, abriendo el camino a
muchos otros. Y además, una película hecha con mirada y estilo de ilusionista.
La invención de Hugo es, pues, además
de una bonita historia de aventuras ambientada en el París de entreguerras, una
encantadora lección de Historia del cine, porque aunque algunos querrán ver
incongruencias históricas o inexactitud de datos, o criticarán la mezcla de
fantasía y hechos reales, olvidarán que la mejor manera de explicar aquel cine
mágico es con una película tan mágica como esta. Scorsese se aleja del estilo y
contenidos al que nos tiene acostumbrados, más oscuro, adulto y desencantado;
casi cínico. Pero todo cuadra. Aquí su manierismo, su minuciosidad, su gusto
por el detalle, se vuelcan en hacer lo que hicieron los pioneros: Exprimir el
potencial técnico de una nueva tecnología (no en vano es la primera incursión
de Scorsese en el terreno del último intento de popularizar el cine en 3D) y
llevarla a cotas nunca antes vistas. Y maravillarnos. Ser un ilusionista, otra
vez.
¿Y nosotros? Nosotros, como
espectadores, tener la suerte de poder ver el cine de nuevo con los ojos del
niño protagonista, ser inocentes como eran los espectadores de principios del
siglo XX, como lo fuimos todos un día, quedarnos boquiabiertos y ojipláticos
(dejarnos reencantar, que diría nuestra compañera Esther) como si fuera la
primera vez. Un gustazo, oiga.
4 comentarios:
20 comentarios ahora?
Me pregunto si llegaremos a 20 lecturas :(
PD: optimismo de lunes.
Es que ya no somos polémicos, con estos comentarios en plan "dar cera, pulir cera", que diría el señor Miyagui, no hay manera de discutir
Ya se comentó algo de la presencia del ferrocarril en el cine. Es una especie de matrimonio. Y no debe ser casual que La invención de Hugo se desarrolle en una estación.
Uno de sus objetivos es trasladarnos qué es lo que sintieron los espectadores venir aproximarse a un tren en la pantalla. Por lo que sí, es muy ferroviaria.
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