jueves, 30 de agosto de 2012

La vida que se va

Propone: Víctor
Comenta: José Antonio



Tenemos hoy en nuestro blog la película con la que nuestro compañero Victor debutó en el Cineclub: "La eternidad y un día". Una película griega de uno de esos directores "difíciles", Theodoros Angelopoulos, de los que todavía no habíamos visto nada. La película nos cuenta la historia de Alexander, una madurete escritor griego al que le queda poco tiempo de vida a causa de un cáncer terminal. Ante su inminente muerte, Alexander trata de saldar cuentas y enmendar errores para poder irse en paz y se lanza a deambular por las calles de la ciudad, antes que morir en una habitación de hospital. Una historia que desprende amargura y melancolía por los cuatro costados, la amargura que puede suponer hacer balance ante el final de una existencia y ver que posiblemente ha sido malgastada y quedan muchas cosas por hacer. Sólo así se comprenden esas escenas en las que nuestro protagonista (interpretado por Bruno Ganz) permanece con el coche parado en mitad de la lluvia con el semáforo en verde mirando los limpiaparabrisas, mientras el resto de los coches le adelantan y suena la música.Una metáfora perfecta de qué es exactamente lo que vamos a ver y cuál es el ritmo que tiene.


Antes de perder a su amada, Alexander le prometió que le dedicaría un día entero solo a ella. La promesa se rompió porque él dio más importancia a un juego de chiquillos (subir al acantilado a saludar a los barcos que llegaban por la bahía) y Anna se acabó quitando la vida dolida porque él no supo mantener su palabra. Esto es, en resumidas cuentas, lo que nos van contando algunos de los flashbacks de la película. Destaca que en todas estas escenas ambientadas en el pasado, reina la luminosidad y el radiante sol mediterráneo. Mientras que en las escenas del presente predomina la lluvia y la niebla, es un clima mucho más gris. El contrapunto entre la vejez y la juventud. El título de la película evoca esa promesa que Alexander no pudo cumplir. Se enfrenta a la eternidad de la muerte, pero antes dará a Anna el día que no le pudo dedicar. Y es que, como decía al principio, en el repaso a la vida de Alexander hay muchos indicios que apuntan a que quizá ha malgastado gran parte de ella. Por ejemplo, ha pasado muchísimos años de su carrera literaria tratando de reconstruir la obra inacabada de otro poeta. A lo largo de la película vemos que Alexander ha acabado convertido en ese poeta.


Para esta última aventura por el mundo, Alexander recogerá a un niño albanés inmigrante ilegal y explotado por las mafias. Ponerle a salvo y darle un futuro será esa última gran tarea antes de abrazar la inmortalidad. Hay una escena en la que ambos viajan por la noche en un autobús y van subiendo pasajeros a lo largo del recorrido. Una escena demasiado simbólica y en la que cada grupo se supone que significa algo y que no pienso interpretar aquí. De todas maneras, no estaría de más que las claves para poder descifrar estos simbolismos estuvieran en la propia película y no hubiera que recurrir a fuentes externas para tratar de entenderlas. Éste es quizá el único reproche que le hago a esta cinta de Angelopoulos. Por eso en lugar de copiar y pegar cosas leídas en otras páginas he tratado de esbozar a través de estas líneas, no sé si muy atropelladamente, algunas de las ideas que me transmitió esta película y tratar de transmitir sin abrumar a quien quiera conocer algo de ese director qué es exactamente con lo que se va a encontrar y sin abrumarle. La cinta es posterior a "La mirada de Ilises", la película más conocida de Angelopoulos, y que aún no he visto. Aunque sólo por el argumento se ven algunas similitudes, el poeta se cambia por un director de cine en el exilio que regresa a su tierra.


10 comentarios:

Víctor dijo...

José Antonio, tu reseña me ha parecido muy correcta, incluso periodística: da cabal cuenta de la película. Quien la lea sin conocerla, puede hacerse una idea muy aproximada de lo que va a encontrar (por cierto, espero que tu mano se haya curado del accidente doméstico y no te haya costado más de lo habitual escribirla). Lo único que no me ha gustado es el uso de la palabra "madurete", y esto supongo que puede ser debido a que el que se pica, ajos come.

Además, me parece atinado también que dejes cosas "sin interpretar". Personalmente, a menudo se me pasan por alto ciertos detalles de las pelis (no de todas, pero en general confieso que soy un cinéfilo muy malo). Por ejemplo, no se me había ocurrido intentar la interpretación de la secuencia del autobús. Me basta con aceptar que Angelopoulos recurre en ocasiones a un "realismo mágico", y no me preocupo como quizás sería de desear de terminar de entender las cosas. Afortunamente para mí, creo que en este caso esto tiene menor importancia: Angelopoulos es un director de puesta en escena, hasta el momento del rodaje --el momento verdaderamente creativo para él-- no terminaba de decidir cómo disponer los elementos para que se expresaran por sí mismas. Por esto, no estoy preocupado en cuanto a los detalles del argumento que se me hayan podido escapar, no me parecen en este caso tan decisivos.

Por otra parte, con Angelopoulos sucede lo mismo que con --salvando obviamente distancias-- cineastas como David Lynch: ciertos elementos recurren en sus películas (las bodas, la frontera, los paraguas, el viaje, los trabajadores con uniforme amarillo, etc.). Sólo el conocimiento de películas anteriores permite identificarlos fácilmente, y supongo que te refieres a esto cuando escribes que no estaría de más que ciertas claves se pudieran encontrar en la propia película. Realmente sería mejor así, es cierto, el conjunto se beneficiaría; aunque nuestro realizador prefiere permanecer sin más en su mundo.

Y aún teniendo en cuenta lo dicho sobre la importancia relativa de los detalles del argumento en "La eternidad y un día" (y en general en la obra de Angelopoulos), mencionaré por pura perplejidad un par de ellos que no entiendo igual que tú: ¿por qué piensas que Anna se ha suicidado? Por más que me estrujo las meninges no consigo recordar nada al respecto. Tampoco termino de ver (de recordar) que el juego infantil de Alexander, saludando los barcos que pasan, provoque ningún conflicto. En todo caso esto es, insisto, secundario: has dejado efectivamente esbozadas --sin atropellos ni excesos, sin abrumar-- las ideas fundamentales a que da lugar la película.

J. Antonio dijo...

Vaya y yo que no quería mojarme mucho interpretando determinadas escenas y he podido colarme interpretando otras.
Si la memoria no me falla, cuando él sube hacia el acantilado, Anna le reprocha que se vaya y le recuerda que le prometió que le dedicaría todo el día. Lo que ya no recuerdo muy bien es si es inmediatamente después de volver, cuando a él le dicen que ella ha muerto. Parece que se ha metido en el mar y se ha ahogado. De esas escenas saco mis conclusiones, ahora como digo puedo haber interpretado mal la información.

Pepe dijo...

A mi también me parece muy atinado el comentario, y como estoy en la cola de futuros espectadores de la película (no has dejado constancia de la peripecia de su visionado en el cineclub, que nos impidió verla entera) no me atrevería a hacer interpretaciones concretas hasta poder verla en su conjunto.

De lo que vimos entonces, me queda sobre todo una sensación de cierta angustia, o de gran desasosiego, provocada por las imágenes (esa escena de los niños en la fábrica abandonada, el momento de la frontera, fantasmal, envuelta por la niebla,...) y por la puesta en escena.

Incluso en los momentos de alegría parece atravesada esta por una gran melancolía, por la nostalgia de lo que se perdió y no puede volver.

En cuanto al tema de lo simbólico (y ahora viene el rollete pseudoteórico) en sentido estricto (lingüístico) un símbolo es un tipo de signo que necesita de un código para ser descifrado. Un código que es convencional, es decir, basado en convenciones que son comunes entre emisor y receptor. De ahí la necesidad, que ambos mencionáis, de introducir la clave, el código, para interpretar determinadas cosas. Por eso creo que está bien lo que dice Víctor sobre la secuencia del autobús. Angelopoulos no está en el terreno de lo simbólico. Lo suyo es otra cosa. Es evocación, es poesía, es, en suma, más metafórico que simbólico, y entonces la interpretación es libre, e incluso puede no ser ninguna.

Pepe dijo...

Por cierto, ¿a nadie se le ha ocurrido comparar esta película con Fresas Salvajes, de Bergman, que vimos muy al principio de nuestra andadura?

El viaje, el final de la vida, la pérdida, los flashbacks...

J. Antonio dijo...

Lo típìco es comparar Fresas salvajes con Desmontando a Harry. Creo que la diferencia entre la obra de Bergman y ésta, es que mientras que el protagonista de la peli sueca sí que había logrado un cierto reconocimiento en su trayectoria profesional, quizá a costa de su vida personal, Alexander no ha conseguido nada.
En cuanto a los simbolismos, y para animar el debate, me limitaré a subrayar que de la escena del acantilado Victor y yo hemos sacado unas interpetaciones totalmente diferentes.

P. D.: Ah, se me olvidadaba, lo de madurete iba por el prota de la peli.

Víctor dijo...

Ahora que Pepe ha aportado el aparato teórico pertinente, podemos utilizarlo para poner de relieve una diferencia esencial entre Angelopoulos y Lynch (que, por lo demás, no tienen nada que ver): los elementos repetitivos a los que me refería sí cumplen en Lynch una función marcadamente simbólica: se impone la interpretación. No es el caso de Angelopoulos, donde reina la metáfora. Muy bien puntualizado.

No tengo disponible la copia de la película ahora mismo, no puedo visionar la escena del acantilado. Algo recuerdo vagamente al respecto de lo que dice José Antonio: Anne le reprocha su veleidad. Es posible que los artistas sean en parte como niños que no han llegado a crecer del todo, que quieren imponer sus prioridades y su capricho ante otras cosas y/o personas (incidentalmente, esto no es en modo alguno privativo de los artistas). Ahí podría establecerse el conflicto entre los deseos de Anna y la actitud ensimismada de Alexander, que quizá nunca le prestó toda su atención.

El fracaso de Alexander, sin embargo, no es total: al menos en el encuentro con el médico en el puerto, éste le confiesa (juraría que lo hace, aunque podrían estar cruzándoseme otras cosas) su admiración hacia su obra, que proviene de los tiempos de la escuela, donde ya se utilizaban sus textos. No sé si la consagración total, pero parece que sí ha obtenido algún reconocimiento. Al menos, en algún momento anterior. Su última época, en efecto, la ha dedicado a ese intento de reconstrucción de la obra de otro poeta ya fallecido.

taratela dijo...

Solo añadir un matiz respecto al símbolo. Esa definición que da Pepe, no es una definición del todo correcta, matizo, lo es pero de modo descriptivo, no real. Desde un punto de vista artístico, incluso psicológico un símbolo vivo, no tiene una definición concreta, es una potencialidad significativa. En cuanto se puede describir, pierde su potencialidad y se convierte en un signo, pues ya no simboliza, significa. Eso poder de imagen evocadora

taratela dijo...

Ese poder evocador de la imagen simbólica es el que utilizan tanto Lynch como Angelopoulus, entre otros.e incluso conociendo los códigos que ámbos utilizan, no llegan a significar, siguen manteniendo la potencialidad significativa que en mi opinión debe tener el símbolo y desarrollar la mirada simbólica.

J. Antonio dijo...

Personalmente, encuentro el parecido entre Angeolopolus y Lynch como un huevo a una castaña. El griego es un intelectual griego de izquierdas y se nota en su obra, mientras que en Lynch no hay nada político en sus obras y le gusta más explorar el lado oscuro de la mente.

Rubén dijo...

El mañana dura la eternidad y un día. Curioso título para alguien que se va a quedar sin mañana pues está en los umbrales de la muerte.

He encontrado este artículo que me ha parecido muy interesante:

http://www.riial.org/espacios/cinecat/cinecat_ficha041.pdf