Comenta: José Antonio
Queríamos cambiar el
mundo y el mundo nos acabó cambiando a nosotros. Aunque la película habla de
muchas más cosas, creo que ésta es la clave de "Velvet Goldmine". Una
peli que nos trajo a nuestro Cine Club tiempo atrás Altea. Protagonizada por
Jonathan Rhys Meyers, Ewan McGregor, Muriel, digooo Toni Collette y Christian
Bale, entre otros, esta película de 1998 está ambientada en los inicios de la
música glam a finales de los 60 para mostrarnos el ascenso a lo alto de la fama
de sus cantantes protagonistas, para acabar con su decadencia durante los 70 y
hasta la traición de los principios que defendían. La película repasa la historia
de un músico imaginario llamado Brian Slade y que encarna Jonathan Rhys Meyers.
Inicialmente iba a ser una biografía de David Bowie y el personaje que creó en
sus inicios, Ziggy Stardust. Sin embargo, Bowie se desmarcó del proyecto porque
tenía su propia idea para otra película. De esta manera, Velvet Goldmine se
libera del condicionante de la realidad y permite a la película llevar a sus
personajes a situaciones a las que jamás habría podido de haber figurado éstos
con sus nombres y apellidos reales. Porque si Slade es Bowie, Kurt Wilde, otro
de los protagonistas que interpreta Ewan McGregor, es Iggy Pop y tengo que
admitir que ahora mismo no sé muy bien quién era el personaje imaginario de Lou
Reed, ni siquiera si sale. Rhys Meyers interpreta a un personaje hedonista,
egocéntrico, que no duda en manipular a todos los que tiene a su alrededor para
sus propios fines. Recuerda bastante al protagonista de otro musical, que
triunfó en nuestro Cineclub: Hedwig And The Angry Inch. Ignoro si la película es
o no del agrado de Bowie, pero lo cierto es que no hay ni una sola canción suya
en toda el metraje, a pesar de que lleva el título de una de ellas. La gran
banda sonora cuenta con un amplio repertorio de temazos de otros grupos y
artistas de la época: Lou Reed, Roxy Music, Iggy Pop, Bryan Eno, etc, más
alguna canción compuesta expresamente para la ocasión.
La cinta empieza en
los años 80 para retroceder en el tiempo con flashbacks que nos van contando la
historia del auge y supuesta caída de la estrella. Un jovencito Christian Bale
es un periodista que recibe el encargo de hacer un reportaje sobre la figura
del mítico cantante Brian Slade que diez años antes fingió su propio asesinato
en el escenario para incrementar su fama. El fraude se descubrió al poco tiempo
y hundió la carrera del cantante. Desde entonces, Slade ha desaparecido de la
faz de la tierra sin que nadie le haya vuelto a ver. Como en Ciudadano Kane, el
periodista empieza e investigar la vida del cantante con el fin de reconstruir
su trayectoria y averiguar cuál fue su paradero. Entre flashbacks de los amigos
de Slade que son entrevistados por el reportero, imágenes de sus conciertos y
recuerdos de lo que esa música significó para el personaje del periodista en su
juventud va transcurriendo la historia, sin que llegue a haber un guión lineal.
Nos sumergimos en un universo de trajes de purpurina, zapatos de plataformas y
labios carmín, en el que los cantantes se lanzan en una competición de a ver
quién logra ir más allá y consigue la hazaña más escandalosa. Una época en que
salir del armario ya no era someterse a una lapidación en la plaza pública. Un
sueño para muchos homosexuales que veían a estos cantantes y grupos como ídolos
porque triunfaban presumiendo de lo que ellos trataban de ocultar. Sin saber que
a veces esa propia homosexualidad formaba parta del espectáculo. Slade está
casado con una mujer. Es bastante claro que se trata de un matrimonio sin amor
y por puro interés. Pero por otro lado, ¿cuánto de la faceta homo de Slade, no
es también otro reclamo para seguir escandalizando a la sociedad y seguir
manteniendo la atención de los focos?
David Bowie
"mató" a Ziggy Stardust anunciando en medio de un concierto que
aquella sería su última actuación. Una verdad a medias, Bowie sólo abandonaba
el personaje y seguía su carrera bajo una nueva identidad. Brian Slade finge su
muerte en el escenario supuestamente tiroteado por un fan y acaba con el
personaje que había creado y le dio fama. Pero la ficción del montaje no dura
ni 24 horas y el mito cae. El periodista logra averiguar la identidad actual de
la desaparecida estrella, un cantante country que se fotografía con Ronald
Reagan (vamos, conservadurismo en estado puro). Una realidad que los propios
protagonistas tratan de ocultar al mundo y de la que se avergüenzan. De ahí la
frase con la que empezaba este comentario. No sé si la intención del director
es la de criticar a Bowie, o simplemente si se trata de la historia de un
personaje de ficción aprovecha para cambiar los hechos de manera que pueda decir
el mensaje que buscaba: el cambio de una generación que acabó traicionando los
princpios que defendía. Tras los aires de libertad de los 60 y los 70, llegaron
los 80, los años del ultraconservadurismo. En esto, como en otras cosas, en
España fuimos al revés que todo el mundo. O simplemente lo aplicamos diez años
más tarde.Y mientras tanto, sigue el espectáculo.