lunes, 15 de octubre de 2012

Los muertos vivientes

Propone: Pepe
Comenta: Víctor




Se grita de dolor. Un susto también provoca un grito espontáneo. Asimismo gritamos cuando estamos enfadados, aunque tengamos muy cerca a quien tendría que escucharnos. Los enamorados, en cambio, suelen hablar entre susurros, asociados con sentimientos de ternura, tolerancia, amor y compasión; aunque también se susurra por miedo a ser oído. A pesar de todo, el título de esta película parece estar tomado de una reseña de cierto concierto para piano de Mozart escrita por el crítico sueco Yngve Flycht.

Rodada en el año 1972 en su Suecia natal, Bergman recapitula y depura en ella una vez más su cine. Con un presupuesto de cuatrocientos mil dólares, hace el número 33 en la filmografía del realizador. Agnes, una mujer de mediana edad, agoniza en una mansión solariega de época; sus dos hermanas, María y Katrin, la acompañan durante su enfermedad. Con ellas está Ana, la fiel sirvienta de Agnes. En la historia de ésas cuatro mujeres (el film pasa por ser uno de los más femeninos de Bergman) intervienen cuatro hombres, los maridos de María y de Katrin, el médico de Agnes y antiguo amante de María, y el capellán. Los hombres aparecerán marginalmente, devaluados, en el transcurso de la acción: el médico no puede curar (ni siquiera ser amante), el capellán traiciona su falta de fé, un marido no se comporta como tal, el otro (¿en lo real, en una fantasmagoría?) intentará un suicidio chapucero, ante la casi indiferencia de María, su mujer.

La puesta en escena hace un uso sistemático, como ya sucediera por ejemplo en "Persona", del primer (incluso primerísimo) plano. En la casa domina el color rojo --símbolo del interior del útero para unos, del interior del alma para otros-- y en menor medida, pero siempre usados de manera expresionista, el blanco y el negro. En consonancia, la banda sonora está reducida a su mínima expresión (fragmentos breves de dos piezas para piano y violonchelo), reforzando así la impresión general de austeridad y dramatismo. Por momentos el montaje de Siv Lundgren no permite determinar si lo que vemos es realidad o fantasmagoría; esto sucede al menos en tres secuencias dramáticas: la sangre hace su aparición en las dos primeras, la ya citada del intento del suicidio del marido de María, y otra en la que asistimos a la herida que neuróticamente Katrin se inflinge en su sexo para hacerla sangrar posteriormente ante su propio marido, para castigarlo --por decirlo freudianamente-- por su castración. A la tercera secuencia me referiré un poco más adelante.



No sólo el color es objeto de interpretaciones. Por alguna razón, quizás por racionalizar su crudeza, la película inspira inmediatamente las asociaciones más diversas. Por ejemplo, no por casualidad se citó en el coloquio "La casa de Bernarda Alba". Bergman es un hombre de teatro --inició su carrera como ayudante de dirección--, y encontraremos en sus películas monólogos incluso shakespearianos, en los que los personajes se "oyen hablar" a sí mismos. Un ejemplo claro en la película que nos ocupa ahora es el monólogo que María dirige a la cámara que estaría en el lugar de Katrin, afirmando que ella, carente de la sensibilidad de su hermana, no se da cuenta de muchas cosas --pero se da cuenta al menos de su no-darse cuenta. Otro casi-monólogo que se recuerda ineluctablemente es el del doctor, mientras interpreta cada rasgo de la cara de María, su antigua amante, como huella de alguna decadencia ya sea mental, emocional o física.


Es difícil destacar a nadie del magnífico reparto: aunque en mi opinión cabe mencionar tanto a Kari Sylwan (Ana) como a Harriet Andersson (Agnes), interpetando los únicos personajes que muestran emociones (en cierto plano hacia el final Ana compone lo más parecido a una imagen de "La pietà" mientras acuna a Agnes). A pesar de su incapacidad para dar aunque sea un asomo de vida a algún sentimiento de proximidad, de cercanía, de amor en una palabra, los personajes se acarician la cara constantemente, con pretendida --incluso fingida-- simpatía que el primer plano deja en simple gesto.


Los temas bergmanianos se suceden yo diría que implacablemente. Bergman señaló, en un texto previo al rodaje del film, que se trata aquí de "un miedo en el cual lo que es temido nunca se pone en palabras". El dolor, ante el cual "todas las palabras se detienen y todas las categorías fracasan"; la dificultad de soportar el aislamiento y la imposibilidad de romperlo; el carácter pasajero de nuestros afectos: cuando María quiere acercarse a Katrin, ésta la rechaza; más tarde, al final de la película, María se marchará sin atender al intento de Katrin de arreglar las cosas. Por añadidura, todo lo vivido --lo sufrido-- por Ana es negado, reducido a cuestión de dinero en la última reunión familiar tras el fallecimiento de Agnes, cuya muerte agónica es sencillamente aterradora.

Yo voy a hacer también una cierta (relativa) interpretación. Cierta duda, ¿estoy vivo o muerto? se expresa, según algunos, en los comportamientos obsesivos. Así esta podría ser una historia de fantasmas: seres no totalmente vivos, muertos ya en vida, profundamente incapaces de experimentarla como tal en su presente. La tercera secuencia en que lo irreal surge en el film es la aparente resurrección de Agnes. Viva o muerta, permanece en el mismo mundo fantasmagórico. Recordemos cierto precedente: Isak, en "Fresas salvajes" reencuentra en sueños a sus padres a la otra orilla del lago, en la distancia. ¿Será así como ha vivido toda su vida, en la lejanía y en la distancia de cuantos ha conocido? Él mismo, "viejo pedante y egoísta", recobrará el tiempo perdido, al final se volverá a descubrir a sí mismo y así volverá a la vida. Otro gran precedente lo encontramos en Leopold Bloom (aunque este parece el motivo fundamental de Joyce, desde "Exiliados" hasta "Los muertos"), que ingresa en las filas de los muertos y no puede ser traído de vuelta. Su "parte muerta" proviene --sólo puede provenir-- de su propio pasado.

Pero esto no sucede en "Gritos y susurros". Al contrario, incluso la misma felicidad parece algo no totalmente real en la última escena, donde una Agnes todavía viva goza de (¿la fantasía de?) la felicidad de aquél momento lejano en el tiempo, que proviene de su percepción del amor que profesa a sus hermanas y del que, así lo cree, le profesan ellas. ¿O quizás esa felicidad sí fue real, a fin de cuentas? Es algo que queda abierto a la interpretación, pero que en todo caso vuelve a poner de manifiesto el carácter irrevocable del espacio entre quienes fuimos y quienes somos.


Toda esta miseria ya no es ni familiar, ni social, ni siquiera ontológica, como decía Béla Tarr, cineasta del cual aún no hemos tenido ocasión de ver ninguna de sus películas; es una miseria cosmológica. Así son las cosas, parece querer expresar secamente Bergman. Pero de su expresión artística surge la distancia necesaria, aunque apenas suficiente, para no hacernos sus cómplices

4 comentarios:

Rubén dijo...

Ánimo Víctor, te puedes animar a traer algo de Béla Tarr para este ciclo.

¿Podríamos decir que en el último libro de Harry Potter (y por ende en la última película de las dos que en las que fue adaptado al cine) la escena en la Estación es una secuencia de muerto no-muerto? No he visto "Fresas salvajes" pero el comentario me ha recordado a ese pasaje potteriano.

Me voy a aventurar a una hipótesis más del color rojo: la sangre. Incluso al principio de la película, el tic-tac de los relojes puede crear la ilusión de ser el sonido de un corazón bombeando. La sangre es roja y por tanto puede ser el color del dolor, dolor patente en toda la película. E incluso el color de la menstruación y en un ambiente tan femenino sería muy común. Creo recordar que en las escenas en las que salen los maridos las habitaciones no son rojas, al menos en la del falso suicidio.Pero sí en las del médico, quizá porque éste represente la pasión (otra vez asociado al color rojo) frente a aquellos que representan el hastío, si se me permite la expresión.

J. Antonio dijo...

Aquí van algunas de mis interpretaciones:
-¿Y si el rojo no significa absolutamente nada, sino que es una solución estética? Googleando por ahi he leido que Bergman creó la peli a partir de la imagen de cuatro mujeres vestidas de blanco esperando la muerte de una de ellas en una habitación roja.

-En cuanto al título, los gritos pueden ser tanto del dolor físico de la persona que muere, como del dolor desgarrador y psicológico de la desconsolada familia. Los susurros serían por los murmullos de quienes hablan bajo para no perturbar el descanso de la moribunda, como los secretos de cada una de ellas. En resumen, "Gritos y Susurros"= Muerte. Todos los caminos llevan a Machete.

-Rubén, en cuanto a lo de Harry Potter, ¿no está un poco forzado? porque yo no lo veo. Puestos a buscar símiles con "Fresas salvajes" te recomiendo que veas "Desmontando a Harry" de Woody Allen. Ahi encontrarás muchos más símiles que en Harry Potter.

Pepe dijo...

Evidentemente el rojo es una opción estética, de hecho es lo que más impacta en el espectador, al menos a mi es lo que más se me fija en la retina, junto con la profusión de primeros planos como dice Víctor. Pero también es interpretable, claro, a mi me recordaba al tapizado de un ataúd, cosa que me remite también a la muerte y a sus ritos, al igual que a José Antonio el título de esta obra.

Como la llevé yo, está mal que diga que es una gran película. La mejor película de zombies de la historia (esto es un poco en plan jocoso)

Rubén dijo...

Sin duda, comparar a Bergman con David Yates no es muy buena idea, José Antonio; tienes razón.
Pero en verdad que cuando estaba leyendo el comentario de Víctor, y llegué a esa parte, la idea se me cruzó en mi mente, y además según el relato del libro más que en la escena de la película.