Comenta: José Antonio
Tenemos hoy en
nuestro blog la película con la que nuestro compañero Victor debutó en el
Cineclub: "La eternidad y un día". Una película griega de uno de esos
directores "difíciles", Theodoros Angelopoulos, de los que todavía no
habíamos visto nada. La película nos cuenta la historia de Alexander, una
madurete escritor griego al que le queda poco tiempo de vida a causa de un
cáncer terminal. Ante su inminente muerte, Alexander trata de saldar cuentas y
enmendar errores para poder irse en paz y se lanza a deambular por las calles
de la ciudad, antes que morir en una habitación de hospital. Una historia que
desprende amargura y melancolía por los cuatro costados, la amargura que puede
suponer hacer balance ante el final de una existencia y ver que posiblemente ha
sido malgastada y quedan muchas cosas por hacer. Sólo así se comprenden esas
escenas en las que nuestro protagonista (interpretado por Bruno Ganz) permanece
con el coche parado en mitad de la lluvia con el semáforo en verde mirando los
limpiaparabrisas, mientras el resto de los coches le adelantan y suena la
música.Una metáfora perfecta de qué es exactamente lo que vamos a ver y cuál es
el ritmo que tiene.
Antes de perder a su
amada, Alexander le prometió que le dedicaría un día entero solo a ella. La
promesa se rompió porque él dio más importancia a un juego de chiquillos (subir
al acantilado a saludar a los barcos que llegaban por la bahía) y Anna se acabó
quitando la vida dolida porque él no supo mantener su palabra. Esto es, en
resumidas cuentas, lo que nos van contando algunos de los flashbacks de la
película. Destaca que en todas estas escenas ambientadas en el pasado, reina la
luminosidad y el radiante sol mediterráneo. Mientras que en las escenas del
presente predomina la lluvia y la niebla, es un clima mucho más gris. El
contrapunto entre la vejez y la juventud. El título de la película evoca esa
promesa que Alexander no pudo cumplir. Se enfrenta a la eternidad de la muerte,
pero antes dará a Anna el día que no le pudo dedicar. Y es que, como decía al
principio, en el repaso a la vida de Alexander hay muchos indicios que apuntan
a que quizá ha malgastado gran parte de ella. Por ejemplo, ha pasado muchísimos
años de su carrera literaria tratando de
reconstruir la obra inacabada de otro poeta. A lo largo de la película vemos
que Alexander ha acabado convertido en ese poeta.
Para esta última
aventura por el mundo, Alexander recogerá a un niño albanés inmigrante ilegal y
explotado por las mafias. Ponerle a salvo y darle un futuro será esa última
gran tarea antes de abrazar la inmortalidad. Hay una escena en la que ambos
viajan por la noche en un autobús y van subiendo pasajeros a lo largo del
recorrido. Una escena demasiado simbólica y en la que cada grupo se supone que
significa algo y que no pienso interpretar aquí. De todas maneras, no estaría
de más que las claves para poder descifrar estos simbolismos estuvieran en la
propia película y no hubiera que recurrir a fuentes externas para tratar de
entenderlas. Éste es quizá el único reproche que le hago a esta cinta de
Angelopoulos. Por eso en lugar de copiar y pegar cosas leídas en otras páginas
he tratado de esbozar a través de estas líneas, no sé si muy atropelladamente,
algunas de las ideas que me transmitió esta película y tratar de transmitir sin
abrumar a quien quiera conocer algo de ese director qué es exactamente con lo
que se va a encontrar y sin abrumarle. La cinta es posterior a "La mirada
de Ilises", la película más conocida de Angelopoulos, y que aún no he visto.
Aunque sólo por el argumento se ven algunas similitudes, el poeta se cambia por
un director de cine en el exilio que regresa a su tierra.