martes, 1 de junio de 2010

El armario de Visconti

Propone: David
Comenta: Pepe


Cuentan que durante el rodaje de El Gatopardo, Luchino Visconti exigió a su director artístico que los armarios y baúles del palacio del príncipe de Salina estuvieran llenos de ropa de época, aunque su interior nunca fuera a ser mostrado en pantalla. La idea era que el decorado fuera lo menos posible un decorado y que algo de toda esa verdadera ropa del interior de los armarios impregnara la pantalla con un halo de verosimilitud, algo que, aunque no se percibiera, estaba ahí. Un argumento parecido debieron esgrimir los primeros detractores del formato mp3, que comprime la música a base de quitarle frecuencias inaudibles por el oído humano, mientras juraban que era una notable pérdida de calidad con respecto a otros soportes. Ese algo que no percibimos, y que sin embargo de alguna extraña manera sabemos que está ahí, es tan difícil de definir como de conseguir premeditadamente.
Pues bien, ese algo está en Smoke, la película que trajo David al cineclub hace algún tiempo y que nos permite asomarnos a las vidas de un grupo de neoyorquinos cuyo punto de encuentro es un estanco de Brooklin en un tórrido verano de finales de los ochenta. Sus historias son cotidianas y tan reales que se diría que están dotadas de alma, que no vemos personajes sino personas, personas que podrían ser las que nos cruzamos cada día de camino al trabajo o en la cola de la panadería, personas que podríamos ser nosotros. Escrita por Paul Auster y dirigida por Wayne Wang, el mérito principal de Smoke está en que es una porción de realidad, un trozo de verdad puesto en imágenes. A ello contribuyen las líneas de Auster y los planos de Wang, por supuesto, ambos aquí auténticos maestros del arte de la contención, poniendo todo su talento al servicio de unos actores en estado de gracia, que alcanzan cotas de grandeza sin aparente esfuerzo. La lista de interpretaciones memorables es tan larga como el reparto: William Hurt es un escritor algo misántropo llamado Paul Benjamin; Forrest Whitaker regenta una gasolinera acuciado por las deudas y las culpas; Stockard Channing busca a su hija drogadicta; Harvey Queitel es estanquero, fotógrafo y excelente contador de historias; y hasta el entonces jovencísimo Harold Perrineau, antes de hacerse famoso corriendo por una isla desesperado por haber perdido a su hijo Walt, borda su papel de adolescente desubicado en busca de un padre.

Los responsables de la película se dieron cuenta de que tenían entre manos un material de primera y, como además se habían hecho amigos durante el rodaje, decidieron quedarse unas semanas más. Así, combinando material nuevo con descartes de Smoke, crearon una especie de secuela que llamaron Blue in the face, peliculilla simpática que está bien, pero a la que, qué queréis que os diga, le falta algo. Claro, es eso tan difícil de definir como de conseguir premeditadamente, algo parecido a lo que Walter Benjamin (mira qué casualidad) llamó aura, eso que Visconti intentó recrear metiendo ropa en un armario.
Os dejo con un vídeo de los títulos finales, con la bonita música de Tom Waitts.


7 comentarios:

J. Antonio dijo...

Pepe veo que como no te atreves a poner una de Visconti, dada tu experiencia con Fellini, lo metes aquí aunque sea con calzador. Buen comentario.

Pepe dijo...

Ahí me has dao. Si que está un poco cogido por los pelos jejeje. ¿Cómo va todo? ¿Te atreves con un post o todavía no te deja el hombro? Me alegra leerte.

Nando dijo...

Pepe casi me ha gustado tanto tu comentario, como la pelicula.... sublime, si señor!!!
como la vida misma: real, intensa, sorprendente y siempre con trasfondo.

Esther dijo...

Cuando Pepe se pone a hablar de auras y de cosas que no se ven pero están ahí... es... como si de repente se abriera uno de esos baúles en mitad del rodaje de Visconti ;)

Me ha encantado (aunque no estuviera tan pulcra como otras veces...) es cierto que Auster siempre consigue hacer poético lo cotidiano y Wayne Wang y sus actorazos lo bordaron.

pepe dijo...

Y todas las cosas que quedaron sin decir, como la presencia insistente de las relaciones entre padres e hijos, de toda índole: verdaderas, ficticias, improvisadas, incluso imaginadas, como la de la secuencia final...

JULI dijo...

Mi impresión sobre esta película es que, en líneas general me pareció entretenida. Es de esas películas que no cuentan historias trascendentes y cuyos personajes son personas corrientes a las que no les pasa nada extraordinario. Simplemente, completan el ciclo de la vida: nacen, crecen, se reproducen y mueren.
El autor consigue que veamos escenas cotidianas y no nos evade de la realidad, porque lo que vemos es una porción de la misma.

J. Antonio dijo...

¡¡¡¡WAAAAAALT!!!!