
Comenta: Pepe
La última propuesta de Laura para el cine club fue una de esas películas pequeñas y agradables con las que de vez en cuando nos sorprende (gratamente) eso que llamamos cine independiente norteamericano, una nomenclatura difusa que engloba un poco de todo. En esencia, se supone que es el cine de bajo presupuesto que se hace al margen de los grandes estudios, aunque en realidad los presupuestos son bajos según con qué los compares (más altos a veces que los de películas europeas que se autodenominan superproducciones) y los grandes estudios son propietarios de muchas de las productoras supuestamente "independientes".

Teorías económicas de la industria cinematográfica aparte, Little Miss Sunshine (Jonathan Dayton, 2006) es una comedia con personajes muy bien trabajados que esconde un regusto amargo, cosa que es muy de agradecer. El argumento es sencillo y la estructura la de la clásica road movie en la que el camino es una metáfora del itinerario interior de los personajes, de su crecimiento. En resumen, una peculiar familia hace un largo viaje en furgoneta para llevar a la hija pequeña a concursar a un certamen de belleza para niñas. Y no os asustéis, los que hayáis visto las dos ya sabéis que no se parece en nada a Familia Rodante (Pablo Trapero, 2002), soporífera película también proyectada en nuestro club.

Aquí, todos están fantásticos en sus papeles de perdedores: la madre sobrepasada por llevar sobre sus hombros la carga de toda la familia, el abuelo toxicómano, el cuñado suicida, el padre que organiza seminarios sobre como triunfar que son un sonado fracaso, la niña gordita y gafotas empeñada en participar en un concurso de belleza, el hermano con voto de silencio...

Seguramente ninguno de ellos ganaría nunca un concurso de popularidad, ni serían los reyes del baile de primavera en el instituto, ni falta que hace. Al final se dan cuenta, entre niñas de aterradora perfección, belleza envasada y crueldad retocada con toneladas de maquillaje, que el auténtico viaje hacia la felicidad (o a algo que se le parezca) no consiste en obsesionarse con encajar en una sociedad que los aborrece, sino en ser conscientes de que en su rareza reside su encanto y reirse en la cara de los que se autoproclaman, con suprema arrogancia, guardianes de lo correcto, y resulta que sólo son ganado.
Es la vieja disyuntiva entre los Addams y los Monsters, pero eso ya es otra historia que dejaremos para los comentarios, si se tercia.