viernes, 9 de noviembre de 2012

El último en hablar

Propone: Miguel
Comenta: Víctor


El título "Rashômon" ("La puerta del castillo", en japonés) es el de un relato de Ryunosuke Akutagawa que sirvió de punto de partida para esta película de Akira Kurosawa. De punto de partida, porque del mismo apenas toma la lluvia y la llamada Gran Puerta de Rashômon, que se encontraba en la parte sur de Kyôto, al final de la larga avenida central de Suzaku, que partía del palacio imperial o "Gosho" en la época Heian (794-1192). En decadencia durante muchos años, refugio de tejones, zorros y también de ladrones, hoy en día sólo queda un recuerdo testimonial de ella. Parece ser que la película iba a rodarse totalmente en exteriores, pero ninguna localización daba la talla. Kurosawa, con su proverbial perfeccionismo,  insistió en gastar buena parte de su modesto presupuesto en la construcción del grandioso decorado. Dada la presencia que adquiere a lo largo de la película, que por otra parte se desarrolla en sólo tres escenarios, sin duda fue una decisión acertada. Además de "Rashômon", Kurosawa se inspira también en otro relato del mismo autor, "En el bosque", de donde recoge la historia del asesinato y en parte el dilema moral. 


En medio de una lluvia torrencial, tres personajes se refugian bajo la semiderruida puerta: un leñador, un sacerdote budista, y un campesino que llega después. Preguntándose por la naturaleza humana, discuten sobre el juicio a un bandido, acusado de haber dado muerte a un samurái señor feudal y violado a su esposa. Los detalles del crimen son narrados desde diversos puntos de vista (que incluyen el del perpetrador), a saber: el bandido Tajômaru (quinta colaboración de Kurosawa con su actor favorito, Toshiro Mifune), la mujer, la víctima --el mismo señor feudal, con la ayuda de un médium- y el leñador, que fue único testigo (casi) pasivo de los hechos (aunque al principio sólo admite haber descubierto el cadáver). Tanto él como el monje budista asistieron a los testimonios en el juicio de los implicados (se los puede ver en segundo plano durante los mismos); gracias a ello pueden narrar sus historias.


En "flashback" veremos la representación, muy nipona y teatral, exagerada por tanto al modo del Kabuki, de cada una de las versiones. Cada personaje literalmente se muestra: vemos sus porqués, qué es lo que le motiva, ya se trate de mezquindad, odio, o miedo a perder el honor. En  el primer testimonio, Tajômaru admite haber matado al señor feudal, pero mantiene que la mujer --de quien está enamorado, dice-- no opuso resistencia. A su vez ella sostiene que Tajômaru sí la violó, pero que fue ella quién mató a su esposo, por no poder soportar la vergüenza y la idea del futuro desprecio en que la tendría. El marido, a través de una médium como hemos dicho, afirmará también que Tajômaru perpetró la violación, pero dirá que fue él quien se suicidó. Pero Kurosawa no juega a la (sobrevalorada, recordémoslo) ambigüedad: el último en hablar, el afligido y culpable leñador, que había ocultado su condición de testigo para esconder su robo y no meterse en líos con la policía, sancionará la versión de Tajômaru. Finalmente no hay valientes, sólo mentiras. Mentiras que no sólo quieren ocultar las propias miserias y debilidades, sino también la propia maldad: tal que "el demonio que habitaba junto a la puerta de Rashomon huyó aterrado por la crueldad de los hombres".



Podríamos aceptar que la versión del leñador y de la Tajômaru son ciertas en lo fundamental: Tajômaru es el asesino. O podemos ser nosotros los últimos en hablar, buscar los puntos débiles, las contradicciones internas, los oscuros motivos. Pero, como afirma "Miradas de cine", esto sólo sería una versión más. No importa: en último término, como afirma el monje, "Los hombres siempre mienten. A veces, hasta se engañan a sí mismos".

Sólo al final de la cinta deja de llover en la gran puerta de Rashômon. El leñador se hará cargo de un niño abandonado allí, adoptándolo como uno más de su propia y ya numerosa familia. Una nueva vida, al fin y al cabo una nueva esperanza. Este final contrasta con el final desesperado y nihilista del cuento de Akutagawa.





La película es más que notable por lo cuidado de su realización, pasando por encima de su parquedad de escenarios y de medios gracias a una impecable, perfeccionista puesta en escena y una primorosa composición de magníficos planos, apoyados por un montaje medido al milímetro. El comentario de esta influyente película "de culto" tampoco debe dejar de mencionar su fotografía en blanco y negro, con profusión de juegos de luz y sombra. Marcó un antes y un después en la encorsetada (desde el exterior y el interior) y depauperada cinematografía nipona de posguerra (cuyos temores al estrenarla se mostraron infundados). Ha sido objeto de varias versiones, incluso hay un western basado en ella (que le otorga el debido crédito): "The outrage", con Paul Newman, Claire Bloom y Edward G. Robinson. En 1951 recibió el premio "Oscar" a la mejor película extranjera.


6 comentarios:

Rubén dijo...

Al final, cada uno cuenta la fiesta según le haya ido en ella.

J. Antonio dijo...

Kurosawa, un director que tenía que ser reivindicado por nuestro cineclub tras chafar un día aventurero. Eso sí, trajo nuevas vidas al cineforum.

Pepe dijo...

Bueno, el traspiés de Kurosawa en aquella mañana de octubre se podría a su vez revisar. Pero está muy claro que su época clásica es soberbia, como demuestra este Rashomon, en el que los personajes son capaces de autoinculparse con tal de mantener la imagen que quieren dar ante los demás, por no quedar mal. La vida misma vamos.

Me viene a la cabeza la película francesa El regreso de Martin Guerre (que no he visto aunque sí su remake americano, Sommersby) en la que un hombre suplanta la personalidad de otro y lo hace con tanta determinación que es capaz de dejarse condenar con tal de mantener su farsa, que para él ya se ha convertido, historia de amor mediante, en la única verdad a la que agarrarse.

Igual no tiene nada que ver con Rashomon, o es una de esas asociaciones cerebrales bizarras de lunes a primera hora, pero como me ha venido a la mente, pues lo suelto. Además, si se puede comparar a Bergman con Harry Potter, se puede ya comparar cualquier cosa.

Víctor dijo...

Yo soy el anónimo, y no Iván ni Chema. Tenía bloqueado Javascript y no me ha dejado poner el nombre antes de enviar el comentario.

Había pensado en dejarlo así, para sembrar aún más confusión, pero no me gusta: siempre me han puesto nervioso las comedias de enredo, me muerdo las uñas hasta que el protagonista no se entera de que su novia no le ha traicionado, que es todo una intriga urdida por una amiga envidiosa...

Anónimo dijo...

Buenísimo, Pepe, mira que desde siempre me ha gustado esa lucidez matutina tuya. A propósito de lo que dices, a mí me viene a las mientes "El lector", en la que la oficial nazi es capaz hasta de ir a la cárcel con tal de ocultar su analfabetismo.

Por propia experiencia uno tiene que admitir que uno sistemáticamente ve por doquier lo que tiene en el coco, que siempre lo referiremos todo a lo que conocemos, prestos a meterlo por medio a la menor ocasión. Es un pequeño vicio. Pensamos demasiado sin duda, idealmente sería preferible un poco de contención, dejar (mentalmente) cada cosa en su lugar. Pero bueno, cierto caos es divertido y también es parte de la vida de cada cual.

¡¡Aaajjjuuuuuuuuuuuuaaaaa, arriba las asociaciones cerebrales bizarras!!

Rubén dijo...

Tenía ganas de comentar cierto aspecto, ajeno a la película, desde que la vi, y es la existencia de espíritus y mediums en otras culturas no occidentales.
Con mi eurocentrismo (a veces atrófico) nunca había explorado la posibilidad de dicha existencia. Es cierto que conocía la tendencia de los japoneses y orientales en general por los espíritus en un plano casi religioso, pero de ahí a que sea considerado prueba en un tribunal es un salto cualitativo.
Pero claro, no hay otra forma de conocer la versión del muerto.