viernes, 20 de diciembre de 2013

La soledad del artista

Propone: Víctor
Comenta: Rubén


La soledad del escultor ante el bloque entero de mármol, la soledad del escritor ante el folio en blanco, la soledad del pintor ante el lienzo vacío... Todos los artistas se enfrentan en solitario ante su futura obra pero sólo uno ha sido tan generoso de mostrar al público profano, y al no tan profano también, su proceso creador. Y este genio desinteresado no es otro que el pintor hiperrealista Antonio López, quien se puso a las órdenes del director Víctor Erice en El sol del membrillo allá por el año 1992 para indicarnos durante más de dos horas cómo se pinta un cuadro.


Y el caso es que comentando el filme con mi amigo Jorge Villalba, otro gran pintor hiperrealista (http://www.jorge-villalba.com os dejo el enlace por si queréis ver su obra), me contó que todos los pasos que se nos muestran en la cinta son los que se siguen: trazar las diagonales, marcar en el suelo la posición de los pies, indicar las distancias, realizar las marcas en los objetos, medir el lienzo... todo es tal cual aparece. Quizás os asombre mi sorpresa, pero debo confesar que soy un lego en la pintura. Y aunque siga los mismos pasos que mi amigo Jorge, o los que sigue Antonio López, que no es mi amigo, no conseguiré nunca hacer un buen cuadro. ¡Pero si de pequeño me salía de las líneas en los libros para colorear!

En esta película con trazas de documental autobiográfico por lo que no sé muy bien si llamarla así o documental biográfico o docudrama, el protagonista, el propio Antonio López, intenta pintar un cuadro de un membrillero que tiene en el jardín de su casa, arbolillo que él mismo plantó. Y esta tarea en apariencia tan sencilla se vuelve titánica pues el paso del tiempo es inflexible para con todas las cosas, ya seas membrillo o persona; el Sol ilumina de manera desigual con el paso de los días el objeto de estudio, los tonos cambian, los frutos maduran, las hojas caen e incluso nosotros acabaremos sumidos en el sueño de los justos cuando llegue nuestro momento, tal vez incluso antes de finalizar nuestras obras. Y el ciclo de pintura se repetirá año tras año con la llegada del otoño, la estación de la melancolía, la etapa que anuncia el invierno y, por ende, el fin.


Precisamente, la estética de la película tiene una atmósfera melancólica de días anodinos y grises salpicada de momentos cómicos con la presencia de un pintor amigo de Antonio, Enrique Gran (interpretado por él mismo), un antiguo compañero de clase que se acerca a visitarlo, que a modo de Yang anima el Yin de nuestro pintor contemporáneo. Se cuela en el estudio de Antonio un torbellino de locuacidad, risueño y alegre que aporta una dosis de vitalidad entre tarta y refrescos de cola como si de un cumpleaños infantil se tratase. ¡Ah, la infancia! Periodo de la vida que contrasta con el otoño de la misma, la energía desbordante, la espontaneidad, todo el tiempo del mundo sin que ningún fruto, ya maduro por el paso del tiempo, caiga desde el árbol del que pende y ponga fin a su efímera existencia.



Con El sol del membrillo puedes aprender técnicas de pintura hiperrealista, pero también te hará reflexionar sobre el paso del tiempo, ya se sabe: tempus fugit; incluso te abrirá una ventana a ese tiempo perdido irrecuperable del tipo collige, virgo, rosas porque después del otoño, ya no habrá frutos que recoger, por muy tardíamente que maduren los membrillos. 




3 comentarios:

J. Antonio dijo...

Es lo que pasa con estas cosas. Hay ideas que parecen superinteresantes sobre el papel, pero luego cuando las ves plasmadas en la pantalla a duras penas logran captar tu interés. Hace años que llevo leyendo cosas sobre El sol del membrillo y tras haberla visto puedo decir que me parecen más interesantes sus críticas que la película en sí.

Víctor dijo...

Está claro: para gustos, colores. A mí me parece que la idea en cuanto tal apenas se sostiene (¡¿cómo se puede hacer una película de alguien pintando un árbol!?), y que es justo la realización lo que le confiere su valor.

Las palabras (muy bueno el comentario, por cierto) no alcanzan a expresar la película, que es mucho cine y poco texto. Un microcosmos que, insensiblemente, termina por agrandarse más allá de sus límites.

Rubén dijo...

Yo creo que la película en sí misma es una metáfora al paso del tiempo, como intenté reflejar en el comentario; recuerdo el frecuente paso de trenes a lo largo de toda la película, que son símbolos de tránsito.