viernes, 27 de septiembre de 2013

Poco antes del fin

Propone: Altea
Comenta: Víctor



Con "Melancholia" Von Trier temía haber realizado una película "demasiado bonita", y personalmente creo que sus temores están justificados. Hay ciertas creaciones que parecen desarrollarse a partir de un presupuesto argumental, una premisa narrativa, que ya de entrada reclama nuestra aprobación "per se". Pienso ahora en "La carretera" (el libro), de McCormick: un padre y su hijo, después de la catástrofe bélica, nuclear, deambulan entre el miedo y la desesperanza por una carretera, con lo frío, lo gris y lo ceniciento apareciendo literalmente página sí, página no. No siempre esta premisa acaba por justificarlo todo.



Iba a dejar este detalle para el final del comentario, pero como ya le estoy dando demasiadas vueltas, empezaré por el mismo nombre de la película, que es el del planeta que supuestamente va a chocar con la tierra. La UAI (Unión Astronómica Internacional) nunca le hubiera dado ese nombre -"Melancolía"- a un tal planeta, nombre que sí sería apropiado en cambio para una canción de Julio Iglesias. El último asteriode que ha pasado cerca del planeta y cuya órbita se mantiene próxima a la terrestre ha sido rebautizado "Apophis", del dios egipcio que representaba a las fuerzas maléficas que habitan el inframundo. Otro posible candidato podría haber sido "Abaddón", el ángel exterminador. Los que hayan tenido el placer de leer el libro homónimo de Ernesto Sábato, recordarán sin duda la sencilla constatación de su final: «Y también alguna vez se dijo (pero quién, cuándo?) que todo un día será pasado y olvidado y borrado: hasta los formidables muros y el gran foso que rodeaba a la inexpugnable fortaleza.»



Como también se dice en otro famoso libro, la extinción de la humanidad es inevitable pero impredecible. Sin embargo, he aquí que Von Trier quiere precipitar las cosas a toda costa. Alguien pensará que quejarse de estos detalles es tontería, cuando no simple pedantería; pero es que, empezando por el título, todo en esta película me parece cartón piedra, una exhibición de un realizador que no tiene nada que decirnos. El conflicto de la película es de una melancolía impostada. Asistimos incialmente a una boda, una hora de metraje que se esfuerza en dejar patente la desintegración moral que pronto será (melancólicamente) aplastada. Justine, en su lúcido desequilibrio depresivo y bipolar, mea en el campo de golf y --el mismo día de su boda-- se tira a un invitado. La boda misma no puede exagerarse más, las familias de marras no pueden estar más desestructuradas, y no sé de dónde habrá sacado los diálogos. Los personajes secundarios apenas alcanzan el estatuto de tales. Especie de irreales sombras chinescas, parece que están allí para justificar lo que vendrá después.



Esta primera parte ("Justine", que se ocupa mayormente del bodorrio y de la depresión de la susodicha) deja lugar a una segunda parte ("Claire"), sobre su hermana, a la que "Melancolía" pilla totalmente a contrapié --a diferencia de Justine, que se lo veía venir. Justine, entre polvos y desnudos crepusculares, sabía que este mundo de mierda no merece en modo alguno ser absuelto y se toma las cosas con indiferencia, mientras que Claire cae en la histeria. Su marido (de Claire) se suicida, y ella, aceptando finalmente el destino, se va con su hijo Leo y con Justine a un descampado metamorfoseado en "cueva mágica" --allí estarán protegidos de todo daño, le explican comprensiblemente al niño-- para asistir al fin del sufrimiento del mundo. Ni siquiera, con tal que el golpe final sea debidamente apreciado, ha reparado Von Trier en vulnerar todas las leyes de la mecánica celeste creando un planeta cuatro veces mayor que la Tierra, que encima juega con nuestro planeta una extraña danza (ahora paso de largo, pero enseguida vuelvo, ¡no te creas que te has escapado!).

T.S. Eliot, en su poema "Los hombres huecos", insiste en que el mundo termina, no con un estallido, sino con un gemido. En franco desacuerdo, Lars Von Trier ha querido ponerle incluso música de Wagner a su estético y melancólico estallido. Los que quieran seguirle el juego (los hay, y desde luego es legítimo jugar a lo que a uno le plazca) hablarán de película bellísima y la disfrutarán con fruición. No tengo nada que objetar.


6 comentarios:

pepsirvent dijo...

Pues yo con este cineasta, y por tanto con esta película, tengo una extraña relación disociada entre el amor y el tedio. Por un lado está su innegable talento para crear bellísimas imágenes e impresionantes secuencias musicales y para dejarte boquiabierto e impactado. Por otro, esa especie de insoportable levedad, su afán de provocación, su vocación de enfant terrible. Ejemplo de lo primero, las secuencias de arranque y cierre, de lo segundo, la parte de la boda, alargada ad nauseam.

Así pues, cuando veo una película suya, no puedo dejar de pensar en un viejo cuento (sí, mis referencias son un poco más de andar por casa), aquel del traje del emperador. Todo el mundo decía que lucía un traje maravilloso porque el sastre dijo que la tela sería invisible para los necios, hasta que un niño dijo la aplastante verdad: El emperador está desnudo. Me pregunto si debajo de las poses del moderneo cinéfilo y no cinéfilo que nos rodea ("ya sabes, von trier me parece brutaaaal") no hay sino un vacío afán de provocación sin nada relevante que contar en realidad.

No sé si es relevante, hablando de relevancia, la comparación con la otra estrellaza del cine de autor de hoy, Haneke. Igual es como si en los sesente nos hubiera dado por comparar al excesivo Fellini con el impertérrito Bergman. PEro yo, que soy más de Bergman, soy también más de Haneke. Puede ser que la razón esté en mi psique, por eso si alguna vez me encuentro con Lars le diré aquello de "no sos vos, soy yo"

Rubén dijo...

Yo creo, Víctor, que cuando participas de la ficción, hay que dejar la racionalidad y participar de y en la verosimilitud de la historia.
Pienso que el planeta se llama Melancholia por la trama de la película. Y si el director quiere que la órbita sea una payasada, pues asumes que es así sin cuestionar porque de otra manera rompes la tácita relación de compromiso entre emisor y receptor.

A mí me gusto.

JULI dijo...

Ya que hablamos de nombres yo propongo cambiar el nombre del director y llamarlo Lars von Cansinaco, que le pega mucho más cuando hace películas como esta.

J. Antonio dijo...

Lo hemos hablado y creo que la frase era de Pepe. Yo con Lars el problema que tengo es que no sé si realmente es un genio o me está tomando el pelo. Y es algo que me pasa desde que en su día vi Europa en su estreno en cines. Creó un movimiento del que fue el primero en empezar a romper sus normas. Pero aún así, sus dos últimas películas me han tenido atrapado desde el principio hasta el final y las he disfrutado. No sé si será humo o jay algo detrás, pero ¿a quién le importa? Y puesto a hacer comparaciones, Hanke será más profundo pero yo me quedo con Tarantino, que es más divertido y a veces de eso es de lo que se trata. No nos vamos aquí a poner todos a leer a Schopenauer en lugar de ir al Confetti.

Anónimo dijo...

A diestro y siniestro! De acuerdo, el ruido del fin del mundo serA como la petit mort. Grande la ultima de Antonio.

Rubén dijo...

Pues yo prefiero leer a Schopenhauer, el Confetti me abruma.