Y llegó Julián. Y reventó el ciclo. Muy alto vamos a tener que apuntar para superar su elección de esta semana pasada. Ni más ni menos que el incuestionable clásico del maestro Hitchcock Con la muerte en los talones. Estamos ante una de las mejores obras del director inglés, llena de ingenio, suspense y humor a partes iguales, con una carga irónica que la hace divertidísima.
Las concesiones que hace a la verosimilitud a favor del espectáculo se las perdonaremos por ser Hitchcock y porque la película se ve de principio a fin con el mismo interés y logra que te olvides de preguntarte cosas como por ejemplo por qué son tan rebuscados los malos de turno como para llevarse a Cary Grant a un campo perdido para ametrallarlo desde una avioneta cuando podrían perfectamente haberle pegado un tiro en su habitación del hotel. Pero si hubiera sido así, nos habrían privado de una de las escenas que siempre aparecerán en todas las antologías como una de las mejores de la historia del cine, y con razón. Aquí os la dejo para que disfrutéis un poquito.
La secuencia no tiene música, el escenario es árido y uniforme, sólo hay dos elementos en juego. Todo es de una simplicidad pasmosa. Su tremendo poder reside exclusivamente en la planificación y el montaje. Es cine en estado puro.
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