



Un grupo de amigos se reúne cada semana para poner una película, que siempre es una sorpresa salvo para el que la elige, desde diciembre de 2005.
¡Vivan las tetas gordas y abajo los comunistas!
En esa frase se podría resumir la película Vixen! que nos trajo Iván, y aunque esté de acuerdo con ella, no terminó de gustarme esa cinta de pseudo porno de finales de los 60. Con ella comenzó su carrera de director de culto Russ Meyer, haciendo películas en las que aparecen más tetas, normalmente a pares, y muchas veces, más grandes que las de esta película.
Mucha gente afirma que lo de director de culto es una excusa de algunos para deleitarse viendo pechos grandes en pantalla gigante y que no piensen que eres un salido, sino un ser profundamente cultural. Yo estoy de acuerdo con esta afirmación, y como me la suda que me tachen de salido, lo que yo veo es porno directamente, es vez de esta cosa de ni chicha ni limoná.
Y ahora hablaré un poco de la película: combina la frondosidad de los bosques canadienses con los frondosos atributos de la protagonista, mujer de excesos sexuales y devoradora de hombres, para la cual, cualquier momento es bueno para dar rienda suelta a sus pasiones. Habrá quien diga que tiene argumento, pero le doy un euro a quien se acuerde de él. También habla de racismo y de comunismo, rechazando el primero y ridiculizando el segundo. Y no hay más que contar.
¡Que se ha escapado Robert Redford! La marabunta de adolescentes de los años 60 se pone a buscarlo…. Bueno, ese es el final de la película y no es porque sea Robert Redford. Tampoco los adolescentes son solamente del género femenino ni necesariamente adolescentes.
José Antonio nos trajo este pedazo de película en la última ocasión que tuvo de proyectar su sesión golfa. Película de Arthur Penn (1.966) que por cierto no tuvo el éxito que merecía en los premios G por culpa de una sobrevalorada cinta de ciencia-ficción de uno que se llamaba como la cuarta parte del Gordo y el Flaco. Pero ese es otro debate...
La acción transcurre en un pueblo sureño típico lleno de tópicos: el sheriff (Marlon Brando), el rico terrateniente-banquero-y más cosas (E.G. Marshall), el que se escapa de la cárcel (Redford), la esposa abnegada (Jane Fonda) que al estar su marido preso se lía con el rico heredero (James Fox), una pandilla de fanfarrones racistas, y la muchedumbre siniestra, temeraria y envalentonada por el alcohol del sábado noche.
Lo mejor de la película es cómo el sheriff, apoyado por su guapísima esposa, Angie Dickinson, trata de mantener la justicia y el orden dentro del caos en que va derivando la situación por culpa del afloramiento de los peores instintos de las gentes.
El director va mostrando la degeneración de los personajes, que poco a poco van mostrando su peor cara, y consigue crear una atmósfera cada vez más asfixiante recurriendo precisamente a eso: a la degradación que provoca en las turbas el nerviosismo de un reo fugado que vuelve al pueblo, unido al efecto de la ingesta masiva de bebidas espirituosas, y la manipulación al que intentan someterlo. Al final, como cabía esperar, la muchedumbre termina descontrolada y en el caos.
Es un retrato de una sociedad donde la hipocresía, el hastío y la opresión en que vive la gente, encuentra una vía de escape en un hecho puntual, que se convierte en la excusa perfecta para dar rienda suelta a las más bajas pasiones.
El resultado es una gran película, que, a pesar de la categoría del reparto y de la maestría con que está rodada, incomprensiblemente fue un fiasco de taquilla en su tiempo y hoy en día no la ponen ni en la cadena presuntamente cultural “La
Gracias José Antonio, por rescatarla del olvido.
Así se quedó David después de torturarnos con esta bazofia de película que muy merecidamente fue elegida como antigolfa de 4 ciclos hace un par de semanas.
Y es que nos puso una película argentina llamada “Esperando la carroza” (1.985) que sólo le gustó a una persona de los que estábamos.
La película en sí, según dice la Wikipedia, pertenece al género grotesco criollo, palabras muy acertadas de por sí, ya que es bastante grotesca. No sé cómo estaría la obra teatral homónima de Jacobo Langsner de 1.962, pero si la representasen hoy día en Alicante, no iría a verla ni aunque saliese la mismísima Megan Fox en pelotas.
Al parecer en Argentina es un clásico de su cine, con unas críticas buenísimas. Para mi es un ejercicio de alquimia: lo que yo veo como plomo, allí lo ven como oro. Me pregunto cómo quedaría en el cono sur americano, una película como “Las autonosuyas” (con Alfredo Landa), “Agítese antes de usarla” (con Pajares y Esteso) o “La tía de Carlos” (con Paco Martínez Soria). Y que conste que a mi me encantan estas españoladas y cada vez que las veo me parto de risa, incluso considero que tienen su propio valor cinematográfico, pero también pienso que fuera de su contexto, pueden resultar insufribles.
Y tras estas reflexiones, paso a contar un poco de qué va la cosa. Resulta que un señor anciano se disfraza de mujer (como Paco Martínez Soria en La Tía de Carlos o Dustin Hofmann en Tootsie) y todos se creen que lo es y lo llaman Mamá Cora. El señor Mama Cora es el centro de la polémica familiar, porque todos los hijos dicen que la (lo) quieren mucho pero ninguno quiere quedársela en casa. Claro, se termina yendo a casa del más calzonazos.
Tras ese punto de partida, suceden cosas, pero como seguro que hay lectores del blog que protestarán en los comentarios si desentrañamos del todo el argumento, no las contaré y así quien quiera saberlas tendrán que sufrir un poco y tragarse el bodrio este.
Al parecer hicieron una segunda parte que se ha estrenado este mismo año, pero pongo mi ilusión en que la nueva cinta no cruce jamás el charco.
Mi recomendación para futuros espectadores de esta película: reíd por no llorar, o quitadle el volumen y dormid plácidamente en el sofá.